Las maneras de referimos a la crisis climática han cambiado mucho en años recientes. Durante mucho tiempo, el calentamiento global fue entendido principalmente como una preocupación medioambiental -piensa en imágenes de incendios forestales, inundaciones y climas extremos, junto a llamados para "salvar el planeta", "salvar la selva tropical" y "salvar a los osos polares".

Hoy, reconocemos que también es una crisis humana, que "el medio ambiente" no es un problema de nicho que puede separarse fácilmente de las preocupaciones humanas, que no son sólo los osos polares los que están en peligro, sino nosotros.

Con este cambio ha llegado el reconocimiento de que las soluciones a la crisis climática no son sólo una cuestión científica, sino también política. Que nuestros debates sobre el clima deben incluir algo más que solo datos y estadísticas sobre los grados del calentamiento y la concentración de carbono en la atmósfera, sino también incluir conceptos como poder, acceso a los recursos y justicia.

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Una crisis desigual

Dado que la crisis climática es una crisis humana y política, sus soluciones deben tener en cuenta el complejo mundo de la política mundial.  El concepto de "justicia climática" reconoce que, aunque el calentamiento global es una crisis mundial, sus efectos no se sienten de manera uniforme en todo el mundo. Sus peores efectos –como el calor extremo, las inundaciones y las pérdidas de cosechas– se sienten de manera desproporcionada en los países y comunidades del Sur Global.

Además, reconoce que la responsabilidad por la crisis en la que nos encontramos tampoco está distribuida equitativamente. En una parodia total a la justicia, los lugares que están sufriendo los efectos del calentamiento global tienen poca o ninguna responsabilidad histórica por haberla provocado. En cambio, la responsabilidad es de los países ricos del Norte Global que han utilizado grandes cantidades de combustibles fósiles para impulsar su crecimiento industrial.

Por ejemplo, un solo país -Estados Unidos- es responsable de más de una cuarta parte de todas las emisiones de carbono hasta la fecha, mientras que el total de todo el continente africano es inferior al 3%. El Reino Unido, aunque sólo es responsable del 1% de las de las emisiones actuales, tiene una enorme huella histórica. Hasta 1882, era responsable de más de la mitad de las emisiones mundiales de carbono.

Incluso esta imagen tan descabelladamente desigual no capta del todo la desigualdad de las emisiones históricas de carbono, ya que gran parte del CO2 que se atribuye a países de ingresos bajos -y medios- se libera para satisfacer la demanda de consumo de países de renta alta. Por ejemplo, la WWF ha calculado que la "verdadera" huella de carbono del Reino Unido podría ser hasta del doble que su actual si se tuvieran en cuenta sus emisiones externalizadas. Esto hace que el tan alardeado éxito del Reino Unido en reducir sus emisiones de carbono desde 1990 sea mucho menos impresionante.

Disparidad por diseño

Esta situación no se ha producido por accidente, sino como resultado de decisiones políticas deliberadas por parte de los países ricos. Como ocurre con muchos de los problemas geopolíticos actuales, una vez que se empieza a mirar hacia atrás para encontrar las razones, no se tarda en llegar al colonialismo europeo.

La riqueza de las economías europeas y norteamericanas se creó, en gran parte, extrayendo tierras, recursos y mano de obra de países de África, América del Sur y Asia, creando la gran desigualdad económica que tanto define al mundo actual. Incluso después de la descolonización formal, este modelo económico extractivista es mantenido por poderosas empresas cuyas cadenas de suministro se extienden a través de las fronteras, mostrando poco respeto por las comunidades locales o el medio ambiente.

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Esta persistente desigualdad económica tiene un profundo impacto en la resiliencia de los países de todo el mundo al cambio climático. Además, por si no fuera poco, los países del Sur Global más afectados por una crisis creada por las acciones del Norte Global, se encuentran sin recursos adecuados para adaptarse a la crisis, también debido a las acciones del Norte Global.

Las historias son muy similares cuando se mira dentro de cada país. Son los más ricos los responsables de una cantidad desproporcionada de emisiones de carbono, mientras que los más pobres y marginados son los primeros en sufrir mucho más los efectos del calentamiento global, estando menos preparados para adaptarse a los cambios que conlleva.

Hacia la justicia climática

La atroz injusticia de la crisis climática tiene importantes implicaciones en nuestros esfuerzos por acordar soluciones internacionales. Por ejemplo, exigir que todos los países se descarbonicen al mismo ritmo y repartan el presupuesto de carbono restante es, en palabras de Asad Rehman, Director de la organización ‘War on Want’:

El equivalente a que los países ricos se coman todas las porciones de la pizza menos una y luego argumenten que todos deben pagar partes iguales de la cuenta porque comieron parte de una rebanada.

Para lograr justicia climática, los países ricos deben reconocer su responsabilidad histórica en la creación de esta crisis y tomar medidas para enmendarla, por ejemplo, apoyando a los países en desarrollo a trancisionar hacia energías limpias y adaptarse al clima cambiante.

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Los gobiernos de estas naciones deben tomar medidas legislativas para obligar a que las empresas con sede en sus jurisdicciones rindan cuentas de los daños que causan a las personas y al medio ambiente en el extranjero. Esto incluye garantizar los derechos de los pueblos indígenas y las comunidades protegiendo los bosques, quienes desempeñan un papel fundamental en la protección del mundo natural y que se ven gravemente afectados por su destrucción.

Por último, todo proceso equitativo de justicia implica escuchar las voces de quienes han sido dañados. Lo mismo para la justicia climática, la cual debe dar a los más afectados por la crisis climática una participación significativa en las negociaciones de la política climática, las cuales han estado mayormente dominadas por los intereses de las empresas y los países ricos.

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